Horacio estaba cruzando el bosque ese martes solitario y lento. Las hojas doradas crujían bajo sus pies: la música que se mezclaba con el chasquido de las ramitas, el otoño, la humedad... Todo parecía entrelazarse en una canción agradable, un murmullo de calidez que le envolvía completamente. Mientras paseaba en ese sueño, sólo podía pensar en banalidades. ¿Por qué las películas antiguamente comenzaban con los títulos de crédito? Hoy en día en el cine empiezan directamente, casi sin dar ninguna explicación. Es porque las personas hoy no quieren esperar.
Horacio era un señor muy peculiar. Le gustaba creer que era un hombre de costumbres, cuando en realidad no lo era. Le gustaba crear tonterías cotidianas, convertir excentricismos en patrones repetitivos y obsesivos para dar la impresión de que llevaba una vida atípica. Horacio vivía solo por aquel entonces.
Cada mañana trepaba por las sábanas para atar los rayos del sol a las patas de la cama, esas cosas que en realidad no sirven para nada porque, como todo el mundo sabe, el sol se va siempre que quiere, por su cuenta. Horacio tomaba un café al levantarse. “Sólo un café solo” decía siempre en voz alta. Pero nadie le escuchaba, porque Horacio estaba más sólo aún que el café que bebía cada mañana.
Yo creo, sinceramente, que su soledad se debía precisamente a beber café solo, sin leche ni azúcar. Supongo que por eso una mañana se levantó y descubrió que ni siquiera podía contar con su propia compañía. Así fue como Horacio murió, tras soñar que componía música con las hojas secas del bosque.
Y los títulos de crédito estaban al final de su sueño y no al principio, como en las películas antiguas en blanco y negro.
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